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Ella soñaba que él soñaba con ella.
Él lloraba un insomnio sin remedio.

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Él quería perderse en un paisaje inventado.
Ella lo buscaba en el mapa de un territorio desconocido.

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Ella cortó con sus dientes la red que los mantenía unidos, encerrados.
Él se llevó una gota de su sangre, parecida a una lágrima.

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Ella no confiaba en la vigilia, solamente creía en los sueños.
Él le decía que su vigilia podría ser un sueño ajeno.

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Él se sabía un vampiro.
Ella se reflejaba en el espejo, abrazando nada.

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A él el fuego le brotaba de los dedos en momentos inconvenientes. Ella lo ayudaba, apagándolo con una mezcla precisa de palabras y saliva.

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Él veía el viento arrastrando ideas oscuras.
Ella lo distraía mezclando palabras con colores.

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Ella caminaba sobre el fuego, descalza.
Él la fotografiaba, con la frialdad de un cirujano.

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Él imaginaba barcos flotando en las profundidades.
Ella sabía con certeza que se trataba de barcos hundidos.

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Él esperaba el estruendo de cada trueno con impaciencia infinita.
Ella rozaba con sus dedos la belleza silenciosa de los relámpagos.

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Él marchitaba fotos de flores azules.
Ella las regaba con lágrimas de risa.

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Él se perdía en las tormentas,
ella en la oscuridad de los espejos.

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Ella miraba las hormigas.
Él veía una palabra dibujada en su lengua.

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Él dibujaba un tornado.
Ella, un colibrí que lo atravesaba.

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Él construía puentes con luces.
Ella apagaba el sol, haciéndolos visibles.

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Ella imaginaba colores breves.
Él dibujaba una luz en su sombra.

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Ellos imaginaban palabras, cerrando los ojos.
Ella, palabras dulces.
Él, palabras de guerra.
El silencio las mezclaba, inventando poemas que flotaban en la habitación.

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Ellos se veían cayendo en un pozo sin fondo,
preparando un colchón imaginario con el eco de sus carcajadas.

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Ella dibujaba cadenitas de plata.
Él imaginaba el brillo del sol en los eslabones de grafito.

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Ella encendía sus sábanas.
Él dibujaba gotas de lluvia sobre el muro.

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Él redactaba palabras en blanco.
Ella las leía en la oscuridad, en voz alta.

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Ella escribía soluciones para problemas inexistentes.
Él despedazaba papelitos con preguntas.

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Ella guardaba sus recuerdos en bolsitas plásticas.
Él, en cambio, los escribía sobre el agua.

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Él trazaba líneas rectas, nunca paralelas.
Ella unía las intersecciones con puntitos.

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A ella le intrigaban sus silencios.
Él insinuaba no conocer los momentos adecuados para hablar.

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La luz de las velas movía la oscuridad.
Ellos miraban el relámpago de sus sombras.

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Ella miraba la lluvia moviéndose por el viento.
Él le escribía una carta idéntica a la anterior,
pero sin dibujitos.

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Ellos sufrían una rebeldía incurable.
Ella dibujaba corazones celestes.
Él los oscurecía con su sangre azul.